Reimaginar el aula: entre cuerpos, códigos y silencios.
Autor: Róbinson Mira Sánchez junio 6, 2025 Una verdadera innovación educativa no radica en incorporar tecnologías por sí mismas, sino en cómo estas se integran en prácticas pedagógicas que potencien el pensamiento crítico, la sensibilidad social y la formación de sujetos éticos. Un enfoque humanista de la innovación apuesta por tecnologías que no reemplacen a nadie—ni al educador ni a la comunidad—, sino que amplíen las posibilidades de reflexión, diálogo, acción, e integración transformadora. Innovar no es digitalizar, es reimaginar. No se trata de caer en un reduccionismo tecnológico que, convertido en tendencia o enfoque dominante, termina permeando el discurso educativo. Reimaginar implica cuestionar lo que a menudo se da por sentado: ¿para qué y para quiénes enseñamos?, ¿qué entendemos por aprender?, ¿qué tipo de ciudadanía necesita nuestra sociedad?, ¿qué saberes son realmente significativos en este momento histórico? Reimaginar es, ante todo, un acto de creación pedagógica, ética y política. Con frecuencia, las políticas públicas y los discursos institucionales asocian modernización con equipamiento, como si la presencia de tecnología fuera sinónimo de calidad educativa. Esta lógica responde a lo que hoy se denomina fetichismo digital o solucionismo tecnológico. Desde una perspectiva crítica y humanista, reimaginar significa preguntarse: ¿qué significa vivir bien?, ¿qué injusticias se están normalizando?, ¿cómo nos afecta lo que ocurre en el mundo? Se trata de diseñar experiencias de aprendizaje que no solo instruyan, sino que transformen la mirada del estudiante sobre su realidad. Supone romper con ciertas rutinas normalizadas: una evaluación centrada exclusivamente en la nota, el aislamiento disciplinar, la pasividad estudiantil. Cada vez gana más terreno el concepto de aulas híbridas. Pero un aula híbrida no es simplemente un espacio físico o virtual; es un territorio de encuentros donde confluyen múltiples voces, formatos y temporalidades. En estos espacios debe existir una articulación auténtica entre las interacciones presenciales y virtuales, capaces de construir comunidades de aprendizaje ético-político, donde el docente actúe como curador de experiencias y guía socrático. Son aulas que emplean la tecnología no para sustituir lo esencial, sino para fomentar la argumentación, la creación colectiva y la investigación autónoma, mediante secuencias didácticas que incluyan, incluso, momentos de desconexión digital para la reflexión profunda. El desafío es posicionar el pensamiento crítico humanista como eje de cualquier innovación, integrando el arte, la narrativa, la filosofía y la ciudadanía digital como núcleos de un currículo híbrido, a través de proyectos que vinculen a los estudiantes con problemáticas reales y situadas. El reto no es únicamente potenciar competencias, sino aportar al fortalecimiento de conciencias. Se trata de cuidar la dimensión afectiva en entornos mediados por pantallas, siempre que el rol del educador sea el de sembrador de preguntas, más que transmisor de contenidos. *Docente Universidad Católica de Pereira