2025

Humanidad desconectada en tiempos de conexión

Autor: Lorena Chamorro agosto 22, 2025 La sabiduría popular del siglo XX mostraba el legado de una vida plena como el resultado de sembrar un árbol, escribir un libro y tener un hijo; dejando huella en la naturaleza, ideas para el mundo y una parte de sí en otra persona. En el mundo actual, esos criterios de realización personal se transformaron en factores de medición de impacto en redes sociales, retos de tendencias virales, maratones de series y videojuegos en plataformas digitales de entretenimiento. En enero de 2025, la población total de Colombia era de 53.2 millones de personas, con un crecimiento interanual de 1.1%, según el informe del Digital 2025: Global Overview Report. Los usuarios de redes sociales eran 36.8 millones, con una dedicación diaria promedio de 3 horas y 25 minutos de interacción. El 89.5% de los 41.1 millones de usuarios de internet usa al menos una plataforma de red social; la más utilizada es WhatsApp, seguida de Facebook, Instagram y TikTok. El uso excesivo de los dispositivos móviles en los jóvenes, aunque les permite tener acceso a la información, también los expone a riesgos como acoso cibernético, bullying, noticias falsas, y adicción digital. Las personas entre 13 y 25 años prefieren mantenerse aislados conociendo el mundo a través del celular, interactuando con inteligencias artificiales y manifestando sus gustos en redes sociales a través de un ícono de pulgar arriba o de un corazón. Esa adicción digital impone retos en la capacidad casi nula de vivir sin estar conectados, sin saber si realmente es el celular quien controla al usuario. En consecuencia, son personas que prefieren pasar tiempo con su celular a tener una interacción que implique algún tipo de contacto social. Su comunicación se basa en menos palabras y más emojis, y su creatividad es reducida debido a la facilidad de consultar ideas con las inteligencias artificiales. No se desarrollan las habilidades blandas básicas, tales como, comunicación efectiva, trabajo en equipo, resolución de conflictos, pensamiento crítico e inteligencia emocional. Los efectos de esa adicción digital afectan la salud mental, y se empeora cuando el algoritmo muestra perfiles de supuestas vidas perfectas con viajes, nuevas comidas, familias siempre sonrientes y trabajos de ensueño; aumentando los casos de frustración que desencadenan la depresión y la ansiedad, tan comunes el día de hoy. El principal desafío es hacer un uso adecuado de la tecnología con los límites pertinentes para acercar a los que están lejos, sin alejar a los que están cerca; con inteligencias artificiales entrenadas con características cada vez más humanas, sin que se pierda la humanidad de los usuarios. Para lograrlo, es importante educar, recuperar vínculos reales y construir una sociedad más humana en la era digital *Docente Universidad Católica de Pereira

Palestina

Autor: Viviana Ramírez Loaiza agosto 8, 2025 “¿No cree que todo estaría bien si simplemente le dejan de enseñar a los niños a odiar?”. Hace 10 años en una entrevista sobre Gaza, le fue realizada esta pregunta a la periodista, poeta y defensora de Derechos Humanos Rafeef Ziadah. Ella guardó silencio. Tiempo después escribió un poema titulado “Nosotros enseñamos vida, señor”. Rafeef, descendiente de padres palestinos, acentúa en su poema “Cuento cien muertos, doscientos muertos, mil muertos. ¿Hay alguien ahí? ¿Escuchará alguien?”. Las cifras de cuerpos asesinados han logrado naturalizarse. La pedagogía de la crueldad de la que nos habla la antropóloga argentina Rita Segato cobra sentido en una suerte de inmovilidad ante cualquier sentimiento de empatía sobre las historias que hay detrás de estos cuerpos, entre ellos, cuerpos de niños, niñas, mujeres y adultos mayores. Esta pedagogía parece facilitarse cuando la guerra sucede en ciertas geografías, especialmente aquellas sometidas por historias de invasión y colonialismo. El escritor francés Frantz Fanon en su libro Los Condenados de la tierra, nos recuerda que el colonizador logra discursos y prácticas que le arrebatan los valores humanos a la comunidad oprimida, por lo que terminan siendo observados como cuerpos corrosivos que no merecen ser ni seguir siendo. Así, solo algunas identidades pueden ser reconocidas como seres humanos. Este proyecto colonial parece ajustar, inclusive, las reglas de la guerra, pese a la existencia de un Derecho Internacional Humanitario. Parece ser que el efecto de la herida colonial ha triunfado: hemos olvidado la condición humana del pueblo palestino. La crueldad se ha manifestado para dar paso a la monotonía de la guerra que convierte el sufrimiento, provocado por la injusticia, en un scroll cotidiano. “¡Nunca más la guerra!” declara el nuevo Papa León XIV. Sin embargo, para que eso sea posible debemos de construir cotidianidades ejercidas desde, en palabras de Rita Segato, “las contrapedagogías de la crueldad”. Rafeet, en una entrevista para la revista El Salto, nos recuerda que: “Palestina siempre ha tenido que ver con la poesía, porque así es como sobrevivimos (…) Seguimos contando nuestra historia”. Narrar historias nos permite quebrantar el mutismo emocional que impone la estrategia psicológica de la guerra. Para narrar, se requiere de lo sensible; requerimos una cotidianidad con poesía. Rilke nos ayuda con algunas palabras: “Deje que cada impresión y cada germen de sensación se complete enteramente en usted, en la oscuridad, en lo indecible, en lo inconsciente, en lo inaccesible al propio entendimiento”. Regresar al cuerpo sensible es una manera de reconectarnos con el asombro ante cualquier dolor humano. Las cotidianidades de los cuerpos sienten de nuevo la compasión. Así, lograremos acompañar al pueblo Palestino con una sonrisa después del gran cansancio, con un amanecer que consuele. Así, enseñaremos vida.

¿A qué se va a la universidad?

Autor: Cristian Bohórquez agosto 1, 2025 No obstante de la dignidad que por sí misma encierra la educación, considerar que esta facilita un mejor ingreso suele ser el principal motivo para incursionar en las aulas universitarias. Y aunque esta creencia parece entrar en crisis en nuestro siglo, muchos jóvenes que sueñan con un empleo digno y profesionales que anhelan un salario mejor siguen confiando su proyecto de vida al curso de pregrados y posgrados. Sin embargo, no es el económico el único tipo de capital que creyentes y escépticos de la educación deberían plantearse al momento de definir su relación con la universidad. Tal vez no se valora lo suficiente su potencial de hacer contactos, de establecer redes que propician la cooperación, las cuales no son solo útiles, sino muchas veces indispensables tanto para el presente del estudiante como para el futuro del profesional. Estas relaciones sociales que se tejen en la fragua del ambiente académico, en la interacción de toda clase de semilleros, laboratorios, congresos, ferias y hasta en las dinámicas mismas del aula y el cafetín constituyen a la larga un patrimonio para el egresado, el cual se inscribe en la categoría de capital social y que las academias no monopolizan sino que difunden. Ahora bien, no en oposición sino en contraste, podemos llamar hiperacademia al servicio educativo informal que se moviliza a través de las redes sociales digitales en formato diverso (pensemos, por ejemplo, en los edutubers). Esta distinción es útil para discernir que el capital social funciona distinto en la academia y en la hiperacademia, pues mientras en la primera se distribuye entre quienes integran el campus, en la segunda se configura como un embudo, pues este es aprovechado casi exclusivamente por los creadores de los contenidos, dado que el modelo se sostiene a partir de la acumulación y consiguiente monetización del número de seguidores. De esta manera surge el sentido y el valor intrínsecos del campus, que va más allá de las instalaciones, mobiliario y recursos, para significar un campo que congrega toda clase de interacciones que se dan alrededor de la vida académica, interacciones que generan diversos tipos de riqueza, pues el campus no solo crea y distribuye un capital cultural, dado en términos de saberes y experiencias, sino además un capital social, representado en vínculos humanos, razón de peso por la cual también se va a la universidad. *Docente Universidad Católica de Pereira

¿Y la cultura pereirana qué?

Autor: Andrés Felipe Suárez Zuleta julio 25, 2025 Caminando recientemente por el centro de Pereira, observé escenas que me dejaron inquieto: un señor insultando a un agente de policía, un joven arrojando basura al suelo con indiferencia, conductores impacientes que tocaban los pitos de sus carros cuando el semáforo recién cambió a verde, y otras situaciones bastantes ajenas a lo que ha sido históricamente nuestra ciudad. Más allá de lo anecdótico, sentí que algo profundo ha cambiado en nuestra ciudadanía. Esa cultura del respeto, de los modales básicos y del reconocimiento del otro como un igual, parece estar desvaneciéndose. La ciudad que alguna vez se enorgulleció de su civismo está dando paso a una cotidianidad marcada por la indiferencia, la agresividad y la desconsideración. Resulta evidente que el deterioro del capital social tiene efectos directos en la calidad de vida de los ciudadanos. La falta de respeto por las normas de tránsito, el uso inapropiado del espacio público, la intolerancia con los demás y el abandono de prácticas básicas de cortesía afectan no solo la calidad de vida, sino también la sostenibilidad de la ciudad. La cultura ciudadana —entendida como el conjunto de comportamientos, actitudes y valores compartidos que facilitan la convivencia— ha sido relegada por una creciente individualización del comportamiento, y lo anterior no puede caer en responsabilidad única del Estado o del sistema educativo. El problema es sistémico y, como tal, requiere un enfoque integral. Es urgente reconstruir una cultura de respeto, diálogo y responsabilidad. Esto implica no solo programas institucionales de educación ciudadana, sino también una transformación profunda de nuestras prácticas diarias. En los colegios, nuestras universidades, los espacios laborales, hasta el transporte público, la urbanidad debe dejar de ser un concepto del pasado para convertirse en un objetivo estratégico. Como ingeniero industrial, estoy convencido de que la ciudad es un sistema complejo que solo puede funcionar si sus componentes humanos cooperan con principios compartidos. El civismo, lejos de ser una simple cortesía, es un engranaje esencial del desarrollo. Pereira no puede aspirar a ser una ciudad innovadora, sostenible y competitiva si no prioriza la cultura ciudadana como pilar de su progreso. No obstante, no todo está perdido. Aún somos mayoría quienes creemos en el respeto, quienes cedemos el paso, saludamos al vecino y recogemos la basura que no es nuestra. En cada gesto amable y responsable, hay una oportunidad para recuperar lo que parece tan distante. La cultura pereirana aún vive en nosotros y está en nuestras manos convertirnos en agentes de cambio. Porque más allá del concreto y el acero, son los pereiranos por nacimiento y adopción los que hacen ciudad. *Docente Universidad Católica de Pereira

TETRAS – Comunidad, Estado, Empresa y Academia

Autor: Julián Fernando Villa Franco julio 18, 2025 Durante años se ha hablado de la “triada” Academia, Estado y Empresa, articulación importante en la construcción del desarrollo territorial. Esta “tríada” ha sido el modelo base de muchas estrategias, pero hoy en día se reconoce la necesidad de convertirla en unos tetras: Academia + Estado + Empresa + Comunidad. La participación de la comunidad no puede seguir siendo un elemento accesorio, sino un eje fundamental que enriquece y humaniza los procesos de transformación urbana. Sin comunidad, no hay ciudad sostenible, ni proyecto con verdadero sentido social. Este nuevo tetras permite construir soluciones más integrales y pertinentes. La Academia aporta investigación y pensamiento crítico; el Estado, políticas y recursos; la Empresa, innovación y capacidad operativa; y la Comunidad, experiencia vivida, saber local y compromiso con el territorio. Juntos pueden impulsar iniciativas que no solo respondan a necesidades técnicas o económicas, sino que promuevan la equidad, la inclusión y el arraigo. Esta articulación, bien gestionada, se convierte en una poderosa herramienta para la planeación con sentido humano. Desde la Universidad Católica de Pereira, cada semestre se produce conocimiento que sueña con una ciudad mejor. A través de ejercicios académicos de planificación, diseño arquitectónico y diseño de espacio público, los estudiantes analizan, imaginan y proponen soluciones para realidades locales. Estas propuestas, más allá del aula, son una contribución concreta a los debates sobre el desarrollo urbano, el derecho a la ciudad y la calidad del entorno construido. En el segundo semestre de 2024 y primer semestre de 2025 se realizó un Proyecto Urbano Integral en la comuna de Villa Santana. Allí colaboraron tres docentes y 28 estudiantes, los cuales propusieron, un Centro Experiencial, una Unidad de Vida Articulada (UVA) orientada al bienestar de la mujer y un modelo de vivienda de interés prioritario que responde al déficit habitacional. Esta última, pensada desde materiales locales y sistemas constructivos tradicionales. Todas las propuestas buscan dignificar el hábitat popular y fortalecer la identidad barrial. En este ejercicio además de la Academia – Universidad Católica de Pereira, completó el tetras, el Estado con la participación del alcalde Mauricio Salazar y tres secretarías: Infraestructura, Planeación, y Desarrollo Económico y Competitividad; la comunidad a partir de actividades de recolección de información en sitio, talleres de co creación y presentaciones; la empresa con la participación de Corona con la que se realizó la intervención de los espacio interiores de la institución educativa Compartir Las Brisas. Sin duda, un ejercicio que muestra cómo el conocimiento académico puede convertirse en motor de transformación real. *Docente Universidad Católica de Pereira

Sobre objetos y la estética de la productividad

Autor: Carlos Andrés Quintero Diaztagle agosto 23, 2025 “Perder el tiempo”; esta curiosa expresión de nuestro vocabulario cotidiano suele aparecer como un reclamo hacia otros o hacia nosotros mismos cuando decidimos usar las horas del día en actividades consideradas “improductivas”, o simplemente ociosas. A pocos años de la pandemia, y ahora que podemos pensar con cabeza fría sobre aquel tiempo, algunas cosas se han vuelto más evidentes. Una de ellas es el hecho, ya sabido y tristemente experimentado desde la niñez por algunos, de que el trabajo marca profundamente el ritmo nuestra vida. Recordamos aún cómo, para quienes conservaron sus empleos gracias a la mediación tecnológica, el hogar se transformó de repente en oficina. Esta posibilidad que debemos a los avances tecnológicos permitió que muchos resistiéramos la crisis. Sin embargo, el lugar que antes era destinado al descanso fue invadido por el trabajo, y para muchos continúa siendo así. Por aquellos días invertir en una silla ergonómica o en un escritorio era considerado un gasto justificable, mientras que invertir en espacios destinados al ocio como la sala o el comedor era, y aún lo es hoy en día, considerado como un consumo vanidoso y superficial. Esta simple observación basta para poner en evidencia cómo hemos naturalizado una ética de la productividad, a la que respondemos sin darnos cuenta incluso en las pequeñas decisiones cotidianas. Muchos productos y espacios están diseñados para estimularnos a trabajar más tiempo. La cafetería, otrora lugar de encuentro y conversación, se ha convertido en un espacio de aislamiento productivo. Su estética acogedora con madera, luz cálida y música tenue convierte el tiempo laboral extra en algo casi placentero, disfrazando de confort y libertad algunas horas más de trabajo. Quizás todos estos estímulos, meticulosamente planeados para mantenernos enfocados en metas productivas, sean también responsables de buena parte de los problemas de salud mental que enfrentamos. No cabe duda de que el trabajo dignifica y para muchos da sentido a la cotidianidad; pero también es necesario preguntarnos por los límites sanos del esfuerzo, y reconocer cuándo el trabajo comienza a interferir con la vida misma. Muy a propósito de la reciente partida del expresidente José “Pepe” Mujica, y más allá de posturas políticas, sería justo retomar sus reflexiones sobre lo que significa vivir. Tal vez sea el momento oportuno para imaginar otras alternativas para dar sentido a la vida que no estén necesariamente atadas al trabajo. Quizás valga la pena recuperar aficiones improductivas, mirar con más atención a quienes nos rodean y en algunos momentos simplemente detenerse y perder el tiempo. *Docente Universidad Católica de Pereira.

DE LA PERSONA Y LAS IDEAS

Autor: Antonella De Salvo julio 4, 2025 En un mundo que ha renunciado a la búsqueda de la verdad, resulta cada vez más frecuente hallar académicos, políticos e intelectuales convencidos erróneamente de que la persona se reduce a sus ideas. Así, creen que descalificar al individuo equivale a combatir su pensamiento. Luigi Giussani, obispo italiano, aborda esta cuestión en educar es un riesgo. Allí define la tradición como el legado heredado que fundamenta nuestro sistema de conocimiento y convicciones, pero advierte: esa tradición debe, en algún momento, enfrentar una crisis. El término crisis proviene del griego krino («cribar» o «separar»). Aunque a menudo le conferimos un sentido dudoso u negativo, es ante todo una expresión de la genialidad humana que hay en nosotros, dirigida toda ella a descubrir el ser y los valores y a penetrar el sentido original de lo que nos define. Por tanto, el individuo, en la medida en que es inteligente y vivo, sopesa y criba: la crisis es la toma de conciencia de la realidad que nos constituye. Este es el primer paso para el autoconocimiento y para una aproximación crítica al mundo. Si entendemos el diálogo como encuentro con el otro, hemos de admitir que ese «otro», portador de una tradición diferente a la nuestra, a menudo suele ponernos en crisis, se nos presenta como amenaza que desafía nuestras certezas, suscitando un instinto de defensa. He aquí la síntesis: si la crisis —entendida como ese examen interior de la propia tradición— no precede al diálogo, quedaremos bloqueados por el influjo del otro o, peor aún, reaccionaremos con una rigidez irracional, usando la descalificación personal como «estrategia» para defender nuestras ideas. Giussani subraya que la democracia es, ante todo, convivencia: reconocer que mi existencia implica la del otro. Su instrumento es el diálogo —no como monólogo disfrazado, sino como propuesta al otro de lo que yo veo y una atención a lo que el otro vive, porque estimo su humanidad. La democracia y el conocimiento, por lo tanto, deben basarse internamente en la caridad, es decir, en el amor al hombre y a la verdad. Esta es la apertura característica de la conciencia cristiana, que afirma la naturaleza humana por encima de cualquier ideología y que proclama como ley de las relaciones la afirmación de la persona y de su libertad. * Docente Universidad Católica de Pereira.

La inteligencia artificial y el futuro del trabajo: ¿Amenaza o herramienta

Autor: Juan Carlos Blandón Andrade junio 27, 2025 Cuando estudié mi carrera de Ingeniería de Sistemas en la universidad, la Inteligencia Artificial (IA) e Ingeniería del Conocimiento eran asignaturas correspondientes a nuestro plan de estudios, en ellas se trabajaban distintas temáticas relacionadas con esta tecnología. En esa época, lo más importante era que nosotros los estudiantes tuviéramos muy buena lógica para la resolución de problemas, así como conocimientos sólidos de programación en lenguaje C. Se estudiaban fundamentos teóricos de la tecnología, se creaban juegos y compiladores, además se desarrollaban sistemas expertos y programas utilizando algoritmos genéticos, entre otros. En ese momento era muy emocionante trabajar IA, porque me exigía al máximo como programador y me ayudaba a fortalecer muchas habilidades de lo que me gustaba hacer. A pesar de todo eso, siempre me cuestionaba: ¿Qué pasará cuando esta tecnología pueda reemplazar las tareas del ser humano? A través de los años daba la impresión de que la tecnología estaba estancada, pero no era así, muchos científicos de la computación trabajaban en tecnologías como el perceptrón y similares, hasta encontrar soluciones que permitieran avanzar. Fue así como en el año 2017 aparece un artículo científico sobre los mecanismos de atención y que permitió la explosión de las herramientas de Inteligencia Artificial hasta lo que vemos hoy día. Con todos estos desarrollos computacionales, podemos preguntarnos: ¿qué pasará con nuestros trabajos? La IA nos plantea amenazas tales como la automatización de empleos en sectores como el transporte, la manufactura o el servicio al cliente, donde ya se reemplazan personas por algoritmos y robots. Esta situación puede dejar a millones de personas sin empleo, si desde los gobiernos y el sector privado no se implementan políticas que permitan la reconversión laboral. A pesar de lo difícil de la situación, la IA también ofrece herramientas como: asistentes inteligentes que aumentan la productividad; análisis predictivos que mejoran la toma de decisiones; y nuevas profesiones ligadas a la programación, diseño ético que priorice el bienestar humano, y la supervisión de sistemas automatizados. El avance de esta tecnología es inevitable y el impacto depende de cómo lo enfrente la sociedad. Es necesario apostar por la educación, la adaptación y sobre todo la ética, esto puede ayudar a que la convirtamos en una aliada y no en una enemiga. Ignorar la tecnología tampoco es una opción, porque esto podría aumentar las brechas y desigualdades. Finalmente, el futuro del trabajo está determinado por nuestra capacidad de adaptarnos y actuar con responsabilidad desde todos los sectores y sobre todo teniendo en cuenta el aspecto ético antes de llenar los bolsillos mediante recortes de personal. *Docente Universidad Católica de Pereira.

Greenwashing: responsabilidad ambiental convertida en una vacía estrategia de marketing

Autor: Andrea Muñoz Jaramillo junio 20, 2025 Actualmente el mercado está inundado de marcas de productos con etiquetas que declaran ser “amigable con el ambiente”, “orgánico”, “eco amigable” o “100% biodegradable o reciclable”, atributos por los cuales los consumidores pagan precios superiores, confiando en la transparencia de la empresa y creyendo que están siendo responsables ambientalmente. Sin embargo, la realidad es otra. Algunas empresas están aprovechando “lo rentable” que hoy significa la sustentabilidad ambiental, por el valor aspiracional que lleva implícito. En este punto, es donde surge la estrategia engañosa denominada greenwashing o lavado verde, como la oportunidad de vender una imagen ecológica sin que sus prácticas organizacionales sean coherentes con un plan real de compromiso ambiental. Detrás de la vacía estrategia de marketing se encuentran procesos de producción contaminantes, uso inadecuado de los recursos naturales e incumplimientos de la legislación ambiental. Esto atenta no solo contra el equilibrio ecológico, sino que afecta los escasos avances que se han tenido en términos de una mayor conciencia ambiental de los consumidores. Lo preocupante que genera esta situación, es el escepticismo de la sociedad frente a la sustentabilidad como propósito común y uno de los pilares del desarrollo. Cuando una organización miente en relación con sus prácticas, está poniendo en juego su reputación y a su vez, en riesgo, el discurso de la armonía que se debe buscar entre los procesos productivos y los ciclos biogeoquímicos de la naturaleza. El greenwashing transgrede los principios de la responsabilidad ambiental empresarial, además que legitima la superficialidad con que algunos la están abordando. Para frenar esta inadecuada conducta empresarial, se radicó el Proyecto de Ley No. 101, por medio del cual se regulará y sancionará el lavado verde de imagen o greenwashing. Con esta iniciativa se pretende obligar a las empresas que todo lo declarado en las etiquetas relacionado con prácticas sustentables, tiene que estar respaldado con información veraz y será a través de la Superintendencia de Industria y Comercio en coordinación con el Ministerio de Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible. Actualmente el proyecto se encuentra archivado por tránsito en legislatura en espera de que haya voluntad para presentarlo nuevamente. Esta ley como instrumento de gestión ambiental de comando y control, podría contribuir a la solución del problema, no obstante, es necesario continuar con los esfuerzos desde la academia, las entidades territoriales, el sector privado y las organizaciones no gubernamentales, en términos de educación ambiental para que todos como consumidores nos apropiemos del real compromiso que debemos adquirir con la protección ambiental y exijamos la trazabilidad de los productos y servicios que adquirimos, esperando que lo “ecofriendly” deje de ser una moda y realmente signifique lo que el planeta necesita. *Docente Universidad Católica de Pereira

Cerebro, mente y comunidad

Autor: Rosario Iodice junio 13, 2025 La relación entre lo que pensamos, sentimos y hacemos ha sido durante siglos una inquietud humana fundamental. Hoy, gracias al diálogo entre la psicología y las neurociencias, entendemos que nuestras emociones, decisiones y conductas no solo emergen del contexto social, sino también de complejos procesos cerebrales que se transforman constantemente. Desde la psicología, comprendemos que todo fenómeno mental ocurre en un cuerpo, en un tiempo y en una cultura. Y desde las neurociencias, reconocemos que el cerebro es un órgano plástico, modelado tanto por la experiencia como por las relaciones humanas. Este conocimiento nos reta a formar profesionales que no solo dominen teorías y técnicas, sino que comprendan profundamente al ser humano en su totalidad. En un país donde los índices de salud mental siguen siendo preocupantes y donde los efectos del estrés, la ansiedad o el aislamiento impactan cada vez más a nuestras juventudes, la academia tiene la responsabilidad de ir más allá de las aulas, no se trata solo de enseñar sobre el cerebro o la conducta, sino de crear escenarios donde el conocimiento sirva para sanar, acompañar y transformar realidades. Las iniciativas que articulan ciencia, compromiso social y espiritualidad marcan una diferencia significativa y es a lo que se le debe apuntar desde las universidades. En nuestras aulas se conversa sobre neurodesarrollo, pero también sobre empatía. Se investiga sobre la memoria y el lenguaje, pero también sobre el perdón, la resiliencia y el sentido de vida. Esta integración entre ciencia y humanismo es, precisamente, un sello del compromiso con la formación de la persona, valorando y respetando su dignidad. El futuro de la salud mental requiere profesionales con una mirada amplia y compasiva, capaces de leer el mundo desde múltiples niveles: biológico, psicológico, social y espiritual; con una formación integral, donde el conocimiento científico se ponga al servicio de la vida. Porque comprender el cerebro no es solo una hazaña científica: es también un acto profundo de cuidado por el otro. *Docente Universidad Católica de Pereira.

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