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Y DE LO ESENCIAL… ¿QUÉ?

Autor: Pbro. Jhon Ferney Araque Osorio

“-Adiós- dijo el zorro, he aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos. Lo esencial es invisible para los ojos, repitió el Principito para acordarse, repitió el Principito para recordarlo”.

El anterior texto es del capítulo 21 de la obra “El Principito”, donde se encuentra explorando la tierra y se topa con un zorro, empiezan a conversar y entran en confianza.

El zorro pide al Principito que lo domestique y le explica que ser domesticado significa que él será único, que serán amigos, se necesitarán y que al momento de despedirse, se entristecerán y luego se echarán de menos.

Se trata pues de una reflexión sobre el verdadero valor de las cosas, su esencia, porque los ojos pueden engañarnos, no así el corazón.

En esta misma línea, está la Sagrada Escritura, la cual hace referencia a la elección de David, como rey de Israel: “Pero el Señor dijo a Samuel: no te fijes en su aspecto ni en su gran estatura, que yo lo he descartado. La mirada de Dios no es como la del hombre, el hombre ve las apariencias, pero el Señor ve el corazón”. (1 Sam 16,7)

En una sociedad que idealiza lo efímero y subordina lo trascendente a lo circunstancial y caduco, es imprescindible recuperar el sentido de lo esencial, volver como también lo explica la verdad bíblica “al amor primero”.

Cuanta nostalgia embarga el corazón por aquellas cosas simples, sencillas, que en otrora fueron el garante de una vida plena: jugar ponchao en las calles polvorientas de los barrios, sentarse a la mesa, tomar un café y hablar con Dios.

No es que mire con aflicción el pasado, con pesimismo el presente y con incertidumbre el futuro porque parafraseando al canta-autor español Julio Iglesias: “Me olvidé de vivir, de jugar con los sentimientos, viviendo de aplausos envueltos en sueños, ya no soy como ayer, ya no sé lo que siento…

Nunca es tarde para encontrarse con lo que de verdad plenifica la vida, dejemos resonar en nuestro corazón la experiencia viva de quien en el ocaso de su existencia descubrió el amor por excelencia: Dios.

“¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por de fuera te buscaba, tú estabas conmigo, más yo no estaba contigo, me tocaste y deseo con ansia la paz que procede de Ti”. Agustín de Hipona.

*Coordinador Pastoral Universitaria de la Católica de Pereira

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