Un campo sin campo
Autor: Andrea Muñoz Jaramillo
- septiembre 4, 2020
En las últimas tres décadas Colombia ha vivido un proceso de transformación socioeconómica representado por la apertura a los mercados globales, la modernización y una reorganización sociodemográfica de las regiones; se tenía proyectado que por gozar de una gran diversidad biológica, de suelos, de pisos térmicos, riquezahídrica y cultural, quele suponían una ventaja comparativa al país; el sector rural iba a convertirse en una de las principales fuentes de desarrollo de la Nación; no obstante, estas dinámicas no se han presentado con la misma celeridad
ni equidad para todas las actividades económicas del país, y por el contrario, el nuevo modelo económico ha ampliado la brecha social para el campo colombiano.
Ciertamente los problemas de nuestro territorio rural son diversos y complejos, por un lado está el alto índice de pobreza, el deterioro ambiental,la desigual distribución de la tierra y por el otro, el débil impacto de las políticas públicas y los planes del Estado, que siguen sin dar solución a las necesidades estructurales y no han acompañado de una manera integral el fortalecimiento requerido para que el sector rural pueda responder a los efectos de la oferta y la demanda de los mercados en forma competitiva.
Esta problemática se ha agudizado por las sinergias generadas en el prolongado conflicto armado y actividades ilegales que han obstaculizado la implementación de distintas iniciativas de intervención públicas y privadas en diferentes zonas del país.
Frente a este panorama es imperante la necesidadde generar soluciones integrales que prioricen el campo y comprender queColombia es un país eminentemente rural, pues el área dispersa abarca 111,5 millones de hectáreas, correspondientes a un poco más del 97% del territorio nacional (DANE). En este sentido es que los esfuerzos para avanzar en el desarrollo rural, deben contemplar la heterogeneidad y la riqueza de las distintas regiones, involucrando procesos endógenos, que incluyan educación de calidad, acceso a servicios públicos e infraestructura vial, a capital de inversión y un ordenamiento de las actividades productivas con un enfoque de sostenibilidad ambiental y de territorio, donde las pequeñas economías campesinas, tengan iguales oportunidades a las medianas y grandes agroindustrias.
Finalmente, cada uno de nosotros podemos aportar a la solución en la medida en que seamos conscientes que somos parte del campo y de su “buena salud”, depende la calidad de vida de las ciudades, por aspectos vitales como la seguridad alimentaria, el abastecimiento de materias primas para la industria y una gran cantidad adicional de servicios ambientales de soporte, regulación y provisión.
*Docente Universidad Católica de Pereira.