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Reencontrarnos en una educación esperanzada

Autor: Jorge Luis Muñoz Montaño

En los últimos años la educación en todos sus ámbitos y niveles no había enfrentado un reto tan complejo y difícil como el que ha causado el progresivo regreso de millones de niños y niñas, adolescentes y jóvenes a sus labores
educativas y, es maravilloso que ese reencuentro, que ese retorno seguro, se realice en un horizonte humano y social de esperanza, el cual nos ha permitido volver a valorar la importancia de la socialización, del aprendizaje con los demás y, es maravilloso también, la coincidencia que esto se haga justamente en medio de la celebración centenaria del natalicio del educador que más nos motivó ―y sigue motivando desde su legado― a considerar que era posible educar en ese horizonte esperanzador, incluso proponer una “pedagogía de la esperanza”.

Me estoy refiriendo al maestro Paulo Freire (Recife, Brasil 1921 – São Paulo, Brasil 1997). Cuando Freire invita a la esperanza, invita a la acción y a la transformación, es decir, que la esperanza no sólo es anhelo, sino que es
movilizadora de lo humanamente deseable, reencontrarnos hoy en la esperanz  implica cambios sociales y educativos que sobrellevan un compromiso del educador, pero también, de los educandos y de las comunidades educativas en general.

Entonces, al preguntarnos por esos cambios y por esa esperanza, nos concienciamos de que la reflexión y acción principales convocan la propia resignificación del encuentro en cuanto propósito educacional, una obligación que
nos conduce al descentramiento del éxito, de los desempeños, de los resultados, de la cuantificación, para retomar preocupaciones y acciones por la justicia, por el respeto a la vida, por la diversidad, por las distintas formas de expresión, por la libertad, por el desarrollo humano. En una expresión: reencontrarnos en la esperanza presupone una novedosa entrega por el Otro y por lo otro.

Educar en la esperanza pone en manos de nuestros profesores, pero también de cada uno de nosotros, de las comunidades, de las familias, de las organizaciones, de los grupos, de las redes, un compromiso histórico de cambio y transformación, el cual surge, como el mismo Freire lo planteó en algunas de sus conversaciones,
de un “silencio activo”, esto significa que cuando hay silencio ―y uno tan profundo como en el que nos sumió la pandemia― no sólo hubo ausencia, incertidumbre, miedo y falta de socialización, también hubo oportunidad para una profunda interiorización que nos posibilitó reflexionar para transformar y, ahora, en el reencuentro, no continuar haciendo educación como antes de la pandemia, sino una educación que nos obliga a todas y todos, a ser sustancialmente educadores y adjetivamente esperanzados. Infinitas gracias, Paulo, por tus enseñanzas.

*Docente Universidad Católica de Pereira.

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