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PARADOJAS

Autor: Fabián F. Villota Galeano

A propósito de los tiempos que corren y de la eficacia de las sociedades contemporáneas para distribuir y consumir los recursos, suelo preguntarles a los estudiantes, ¿qué harían si tuvieran todas SUS necesidades satisfechas?, me sorprende la larga lista de cosas que dicen “necesitar”, van desde iphones, tablets, gadgets, videojuegos, accesorios, ropa, hasta un tipo de vivienda, un estilo de vehículo, viajes, cosas que quieren consumir, etc.

Quieren tantas cosas, todo les parece tan deseable y tan necesario que suelo destinar varios momentos de la sesión a intentar desvirtuar la necesidad de ciertas cosas, a decir que mucho de lo que consumimos nos parece indispensable porque se nos vuelve habitual.

Ante tantas “necesidades” creo que asistimos a la vida de generaciones insaciables y voraces. Hay algo en esa voracidad que parece condenar “el deber”, es decir el trabajo, las actividades académicas, las rutinas o la vida cotidiana y que por eso hay que escapar de ellas a través de sendos viajes, videojuegos o incluso a través de eso que ahora llaman prácticas ancestrales. .

El correlato moral de esto es que las sociedades deben trabajar más para obtener eso que creen y dicen necesitar. Trabajamos desde más temprana edad, más horas al día y más días a la semana. Producimos más, pero parece que nunca estamos satisfechos.

Pero hay más, el BID en su informe Robotlución, anuncia que en los países de la OCDE, el 57% de los empleos corren el riesgo de ser automatizados y pese a asumir una perspectiva optimista frente a lo que denomina la cuarta revolución y las oportunidades de nuevos empleos, conocimientos y el tipo de producción, reemplazar a los humanos por robots resulta riesgoso y peligroso.

¿Por qué esto nos resulta peligroso?, ¿por qué es un riesgo?, la respuesta parece simple, si los robots reemplazan a los humanos, quedaríamos sin trabajo y la pobreza abundaría, pero es en esa lógica donde radica la paradoja de los tiempos contemporáneos.

Es como si creyéramos que los robots nos fueran a quitar nuestros iphones, las tablets, nuestros automóviles y la ropa de marca. El sueño de la revolución industrial de liberarnos del trabajo parece haberse tornado en pesadilla.

Sin embargo, más allá del temor y la devoción ilusoria de “miles de empleos”, el informe del BID nos sugiere entrelineas que hemos alcanzado, como nunca antes, el conocimiento y la capacidad técnica para dejar de luchar con la naturaleza para sobrevivir y, sin embargo, no somos felices; al contrario vemos un peligro real en esa posibilidad; nos asusta materialmente (la gente va a dejar de ganar dinero porque no habrá trabajo) y nos disgusta moralmente (los que no trabajan son vagos, moralmente inferiores y quizá incapaces, parece decir el disgusto).

El temor no es infundado, pero hay algo básico que se nos olvida, la automatización del trabajo no implica la disminución de los recursos y no implica que vamos a competir con los robots por ellos, entonces ¿por qué en lugar de ser felices afianzando las virtudes humanas como la música, la literatura, las ciencias o bailar, por ejemplo; los tiempos nos resultan inciertos y peligrosos?.

Esto no es un problema de recursos, es un problema de cultura y política, pero hará falta algo más de una columna para tratar de debatir ese asunto.

*Antropólogo
Docente Universidad Católica de Pereira

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