MADURO LÍO
Autor: Universidad Católica de Pereira
- septiembre 10, 2015
El problema fronterizo que sucede durante estos días entre Colombia y Venezuela nos ha tocado en lo más profundo del corazón, especialmente cuando vemos a nuestros conciudadanos atravesando el río y sorteando miles de obstáculos para llegar a Cúcuta.
El problema es efectivamente diplomático y entre los dos gobiernos, pero además es un problema humano y social que cada vez -increíblemente hoy- se hace actual y retador.
No son solamente los colombianos los que han tenido que salir de Venezuela, son también hoy los miles de refugiados que caminan por las carreteras Húngaras rumbo a las fronteras Austriacas; el niño Sirio Aylan Kurdy que vimos muerto en las playas de Turquía; los miles y miles de africanos del sur que llegan a las playas de Italia, -recordemos Lambedusa- y los miles y miles de náufragos de la isla de Cuba que durante muchos decenios murieron queriendo llegar a las tierras de norte América; y sin ir muy lejos, en nuestro país, las familias desplazadas por los grupos alzados en armas que tienen que abandonar sus parcelas, llevándose consigo sus sueños y tranquilidad, para volverlos frustraciones y caldo de cultivo de la violencia.
Las políticas fronterizas y los estamentos que las vigilan están en crisis. Nuestros ministros o cancilleres internacionales están cada vez más sujetos al vaivén de las políticas mundiales y locales; la de Colombia guarda prudencia y se ve poco activa, y la de Venezuela responde a los mandatos “politiqueros” y fascistas del gobernante Maduro, que entre otras cosas se pasó y ya parece más bien un “plátano” podrido.
El ejercicio de la diplomacia internacional debe invocar siempre el principio de la defensa irrevocable e irrenunciable de los ciudadanos cueste lo que cueste, no se trata de callar, mientras el otro habla locamente y sin juicio; se trata de tomar medidas serias que lleven a revisar el compromiso que todos los colombianos, en este caso,- los más perjudicados-, tenemos frente a nuestra soberanía, a los derechos que nos incumben, a la defensa de los más desprotegidos.
Miles y miles de compatriotas fueron echados como animales de una patria vecina, que se ufana entre otras cosas de compartir nuestros mismos ideales revolucionarios y de pueblo, que hunden sus raíces en el común Libertador de las cinco naciones, Simón Bolívar, que dijo en su lecho de muerte “si mi muerte contribuye a que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”. Seguro que no está muy tranquilo en su sepulcro,
ante la impertinencia del inmaduro gobernante caraqueño.