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La ciudad en la “nueva normalidad”.

Autor: Mario Andrés Ojeda Casanova.

Es claro que con los efectos multidimensionales que se han presentado debido a la crisis provocada por el Covid-19 y que han afectado a cada uno de los aspectos de la vida humana, vienen suscitándose reflexiones frente al papel de la Arquitectura y el urbanismo y la manera como ayudan a mitigar el condicionamiento social y
espacial que se ha generado y como debería ser la ciudad y la vivienda en la era de “postpandemia”.

Nuestras ciudades no deben depender del carro como medio único de transporte. Tomando como ejemplo, en los últimos 25 años Pereira ha evidenciado un proceso de crecimiento urbano, pasando de entre ocupaciones espontáneas y urbanizaciones de élite de los espacios rurales circundantes, en un proceso cíclico que ha modelado una ciudad longitudinal, con vías de comunicación que no soportan la carga vehicular diaria. La restricción del uso de los vehículos a la que en algún momento se llegó como medida preventiva, acrecienta la necesidad de pensar en alternativas de movilidad eficientes, de bajo impacto y que garanticen la bioseguridad de las personas.

Esto lleva a abordar otro tema, el fortalecimiento de las centralidades. Las ciudades deberán desarrollar “policentros”, en donde no se requiera el uso extensivo del vehículo o de alguna manera reducir el número de viajes en ellos, que incorporen equipamientos de escalas comunales que estén a disposición del habitante, en
donde gane el peatón y se promueva el uso de espacios para la bicicleta, situación que transformaría significativamente la ciudad.

Esto conlleva también a repensar el modelo urbanístico de los conjuntos residenciales, agrupaciones de vivienda de área mínima, los cuales ofrecen espacios comunes, inefectivos por la restricción frente a su uso en condición de
aislamiento, que no brindan en gran medida las condiciones de calidad espacial (fundamental cuando se está encerrado por más de 3 meses), de iluminación y de ventilación, factores de sanitización requeridos en esta y muy posiblemente otras emergencias derivadas. La vivienda deberá ser óptima en todos los aspectos, para que genere precisamente la habitabilidad requerida para el desarrollo de las acciones humanas en ella.

Resulta curioso que un microrganismo advierta la necesidad de volver a las buenas prácticas socio-espaciales, algo que la Arquitectura tiene la capacidad de hacer enteramente y que la dirigencia política debe entender y promover. Es la oportunidad de reflexionar sobre el planteamiento de una mejor distribución del espacio doméstico y urbano, creando ámbitos más saludables, una ciudad verde, peatonal, pensada a escala humana y a manera de “acupunturas” urbanas, siendo este el modelo de la nueva normalidad.

*Docente. Universidad Católica de Pereira.

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