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COLOMBIA PROFUNDA

Autor: Universidad Católica de Pereira

Si algo tiene que ser vivido en primera persona es el perdón. Se trata del don amplificado, expandido, llevado a su máxima expresión. Su radicalidad extrema se encuentra cuando se realiza y se despliega ante lo imperdonable. El perdón es la prueba más profunda del amor, que se desase de todo egoísmo y permite la alegría del ser a pesar de todas las dificultades.

La Colombia profunda de esta semana como un país divido en dos, significa el desaire que unos y otros -llevados por múltiples obstáculos que no hemos sabido superar-, ante la encrucijada poco informada y victimizante de unos partidos políticos que han hecho y harán lo que han querido con nuestro sueño superior de paz.

No había plan B en ninguno, las declaraciones después del acontecimiento, apenas dejaban entrever el “goce” de unos y la “rabia” de otros ante los resultados. Sin horizonte, sin brújula, sin paz en el corazón, asistíamos unos y
otros a la mayor prueba vergonzante de un país inmensamente hermoso y próspero, que apenas podía resollar en su alma, sin saber a ciencia cierta lo que sucedía.

Lo imperdonable no es que una poca porción del país se haya echado a los hombros semejante responsabilidad y que ante tremenda decisión no hayamos superado el 50 por ciento de los que libre y responsablemente podíamos votar. Lo imperdonable, irónico e irresponsable es que dejamos solos a los jóvenes que entusiasmados ejercían su derecho como nunca antes; que la indiferencia nos traspasó porque si o porque no y lo peor, que ante semejante cuadro a estas alturas, después de una semana, no hayamos recibido- especialmente los ciudadanos que nada entienden o no se informan-, una respuesta clara, óptima y sincera, de los ya tres grupos que dialogan: gobierno, subversivos y oposición.

En realidad, hemos desbordado todo cálculo racional y ético, necesitamos reinventarnos, no es “ámame tú primero”, es “amémonos todos por igual”, aún con diferencias, pero amándonos. Es urgente desmontar todo egoísmo y presunción, sin ventajas, sin intereses y sin revanchismos. Todos debemos aprender de esta
lección y renacer como el ave fénix de las cenizas.

Aquí precisamente se levanta Cristo en la cruz como modelo del amor verdadero, del amor sin límites, sin condiciones y sin distinciones. Él, que fundó su amor en dar el primer paso: “¡Heme aquí, soy yo, te amo!” y amó en la esperanza, amó por ella y desde ella, amó hasta dar todo por Ti y por mí.

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