BENIGNISIMO DIOS
Autor: Padre Diego Arcila Vélez
- diciembre 15, 2016
Comienza hoy en la tradición cristiana católica las novenas al Niño Jesús en torno al pesebre, a los villancicos y a las oraciones tan bellamente inspiradas que por más que queramos cambiar a otras traducciones o conjugaciones de los verbos, preferimos la de siempre, la que dice -aunque nos cueste leer-, “Benignísimo Dios de infinita caridad que tanto amasteis a los hombres…”.
Margarita del Santísimo Sacramento fue una monja de origen francés que vivió en un convento de Quito -Ecuador-hacia finales del siglo XIX y que en su amor profundo al Gran Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, quiso desde allí en la soledad de su “celda” y con sus compañeras religiosas, escribir esta hermosa y ya reconocida novena, que se propagó a las veredas vecinas y que se socializó gracias a los campesinos cercanos al convento.
Con el tiempo, la historia se la atribuyó a Fray Fernando de Jesús Larrea, franciscano que la divulgó especialmente en Colombia y algunos países de Centro América donde aún la conservamos.
En nuestro país no podemos dejar de mencionar a doña Clemencia de Jesús Caycedo Vélez, fundadora del colegio La Enseñanza en Bogotá, quien en el mismo siglo la hizo verdaderamente popular.
Pero, ¿qué tiene esta novena que tanto nos gusta, especialmente a los niños?, ¿por qué la rezamos con tanta alegría y devoción?, ¿por qué los elementos que la reúnen como cascabeles, panderetas, guitarras, tambores, natilla y dulces, la hacen tan atractiva?; las respuestas a estas y muchas más preguntas que nos podríamos hacer, están contenidas en una sola afirmación: porque así es Dios, que en su infinito amor quiso hacerse hombre en las “entrañas de una Santísima Virgen” para salvarnos y amarnos eternamente.
Dios es como esos niñas y niños que rezan devotos sin saberlo “por esta humanidad agobiada y doliente” y que espera -como todos, especialmente para ellos- un mundo y una Colombia mejor, con más oportunidades, con más respeto por la vida desde el momento mismo de la concepción, por el pan en las mesas, por el cariño, por la
educación y el cuidado que tanto y tanto ellos se merecen; sin un vejamen más a sus inocentes cuerpos e integridad, amándolos y respetándolos siempre en su inocencia y “preclara hermosura”.
Por esto, queridos lectores y por mucho más soy y seré cristiano siempre, porque ese Niño Dios durante estos nueve días antes de la navidad, se hará “mi constante amigo y mi Divino hermano”.
*Rector Universidad Católica de Pereira