Mariposas negras y mariposas amarillas
Autor: Haney Aguirre Loaiza
- noviembre 3, 2023
En la noche del 25 al 26 de agosto de 1992, el ejército de la República de Serbia bombardeó la biblioteca de Sarajevo durante la guerra de Bosnia-Herzegovina. Las bombas incendiaron miles de libros. Doble destrucción: arquitectónica y literaria. Mi imaginación me lleva a describir el momento como un testigo indirecto y víctima del
asesinato a los libros. Me imagino el edificio de la biblioteca totalmente desnudo, con su claraboya abriendo su boca pidiendo ayuda, al mismo cielo que le vomitó las bombas. Las paredes quedaron rasguñadas de las esquirlas y los libros reducidos a cenizas.
Años después, se supo que el responsable de este ataque fue Nikola Koljevic, influyente profesor universitario y experto en Shakespeare, pero también miembro del partido ultranacionalista del Partido Democrático con discursos étnicos. Como menciona Irene Vallejo en «El infinito en un Junco», Arturo Pérez-Navarrete, corresponsal de guerra en ese momento, escribió: “Cuando un libro arde, cuando un libro es destruido, cuando un libro muere, hay algo de nosotros que se mutila irremediablemente. (…) Destruir un libro es, literalmente, asesinar el alma del hombre”.
Los habitantes de Sarajevo vieron cómo, durante días, las cenizas de los libros destruidos se movían al azar en el aire. Les llamaron «Mariposas negras». Este ataque, sin justificación militar, tenía como objetivo imponer una versión nacionalista basada en el odio étnico. Para lo cual, se propuso arrasar todo aquello que develara un mínimo histórico para las futuras generaciones.
Hoy, observo en otra parte del mapa donde la Franja de Gaza sufre bombardeos constantes, desplazamiento, pérdida de vidas y destrucción, al igual que en la guerra de Bosnia-Herzegovina. Una vez más, estos bombardeos parecen carecer de justificación militar.
Recientemente, tuve un sueño. Estaba en la Franja de Gaza y, bajo mis pies, contemplé los escombros de una biblioteca completamente destruida. Fue una mezcla de imágenes superpuestas entre Sarajevo y mi sueño en Gaza. Entonces, asombrado por la destrucción, en las calles se escuchó el ruido de una carreta que avanzaba con dificultad, anticipando su llegada. Una hermosa carrocería artesanal apareció en la esquina, era una “Biblioteca ambulante”. La carroza no había sido alcanzada por bombas. En mi sueño, la carreta era conducida por Gabo,
acompañado de niños palestinos huérfanos de la guerra. Detrás de ellos escoltaba un batallón de mariposas amarillas. Cada niño sostenía un libro en la mano y desafiaba el dolor y la tristeza con una mirada de esperanza. Mientras saludaba con la mano al pasar, pensé en la frase de Christopher Morley de su novela «La librería
ambulante»: «Ninguna criatura de la faz de la tierra tiene derecho a considerarse un ser humano a menos que posea un buen libro».
*Docente Universidad Católica de Pereira