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La clase en virtualidad: una sesión espiritista

Autor: Esther Julia Castaño González

Con la pandemia que no esperábamos y menos aún siquiera imaginamos como moradores de este planeta, llegaron cambios en todo lo conocido. Cambios y condicionamientos para los que no estábamos preparados, entre ellos, la virtualidad, en la que en el ámbito escolar, tanto profesores como estudiantes, en todos los niveles, pasan tantas horas frente a la pantalla, que se llega a la sobre exposición y, por ende, al agotamiento.

Sin embargo, la adaptación y situación de los diferentes actores es distinta. Los profesores, por ejemplo, entendiendo que la clase es un encuentro social, de relación, de crecimiento, de aporte bidireccional, de interacción, deben desarrollar su clase, ya no encontrando la mirada con todas las personas “presentes” en el
aula, sino, hablando a una gran cantidad de cuadros negros, sobre los que no hay certeza que haya detrás un escucha, un sujeto atento y en disposición de aprendizaje.

La clase se torna un espacio donde el estudiante, después de responder el llamado de asistencia, pareciera tener la libertad de hacer un sin número de actividades, por supuesto, nunca concebidas en el proceso educativo, menos en un nivel universitario, entre ellas, seguir durmiendo, cocinar, desayunar, mirar sus redes sociales, hacer ejercicio, peinar la mascota, atender la visita y hasta viajar… solo por mencionar algunas.

Después de un rato de discurso, el profesor decide hacer una pregunta a sus estudiantes sobre el tema y, al no escuchar respuesta alguna, inicia lo más parecido a la dinámica de una sesión espiritista: “Andrés, si estas en esta sala, has presencia por favor” “Camila, si estás escuchando, responde la pregunta” “¿hay alguien ahí? ¿nadie?” De pronto, alguien responde: “yo si estoy profe, pero no sé responder su pregunta” y aparece un chat “yo estoy profe, pero no tengo cámara ni audio”… Cabe anotar aquí que hay quienes, verdaderamente, tienen problemas técnicos y lo intentan, aunque las condiciones no sean las ideales.

Es así como la clase se desarrolla con los pocos que participan, discuten, preguntan, se interesan y quieren, independientemente que la clase tenga lugar en un salón o frente a un computador. Generalmente las cámaras de estos últimos permanecen encendidas y los micrófonos abren y cierran todo el tiempo como un faro que anuncia la ruta. “El que es bueno, lo es, en cualquier entorno”

Se pensaría que los jóvenes quieren una universidad distinta, que reclaman otras estrategias y desean nuevas experiencias, pero, al hilar más fino, solo los estudiantes conectados con la dinámica escolar están disfrutando el proceso, pues es su naturaleza. Los estudiantes buenos funcionan bien mientras les emocione el tema, mientras sientan que asimilan y crecen.

*Docente Universidad Católica de Pereira

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