El sendero del corazón
Autor: Antonini Jiménez
- abril 29, 2022
De los escritos salidos de la docta mano del papa Benedictus XVI uno bien puede desquitarse del ruido cotidiano para introducirse en el clamor que da voz a los pensamientos más generosos y al más cálido afecto de la misericordia. Uno, por decir, sería este: el hombre es a Dios lo que la luna al sol. Haga por acercarse a ella y solo logrará vislumbrar el polvo de las rocas sedimentadas, enturbiar su ánimo por un manto de cenizas inflamadas, y luego, más cráteres, una visión hiriente que acompaña la total ausencia de vida reinante.
Ahora ponga distancia frente a ella y dejando que la luz del sol penetre el brillo de su blanco manto verás aquella masa inerte resucitada. Entonces, su inanidad se transforma, por la claridad prestada, en lucero para el navegante conducido por las agitadas aguas del destino; en ardor para los amantes que consagran sus caricias
asistidas por el cenáculo de estrellas que encierra la noche; en estímulo para las más humanas fuerzas en su conquista hacia los cielos.
Así, como a ella, le ocurre al hombre. Desprovisto de la luz de Dios, es poco más que suelo lunar. Vacío y absurdo; roca inerte. Escepticismo para una mente asfixiada por los pensamientos; incredulidad para la fuerza moral que gravita sobre la conciencia; y cobardía ante la suprema virtud que sostiene íntegro al sufrimiento.
Ahora sí, deje que la luz de Dios riegue por entero el corazón, como hace a la luna el sol, para que la humanidad deformada se confirme en el arrojo de un Alejandro que encumbra la dignidad de sus iguales sometiendo el yugo de las arenas persas; en un San Agustín que reconstruye con el carbón de su lápiz la verdad hecha girones por el pecado; en un Bruno capaz de consagrarse al fuego por la libre conciencia de cada uno. La humanidad del hombre empieza y acaba allá donde el vuelo levantado por el ruiseñor se topa con la voz de Dios.
*Docente Universidad Católica de Pereira