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EL FÚTBOL, LA PODEROSA PASIÓN DE HOY

Autor: Universidad Católica de Pereira

Nada más convocante que un partido de fútbol, nada más universal e incluyente que sentarse como se hace por estos días de la Copa América a ver un partido, dispuestos a celebrar y a llorar con quien esté mi lado -así no lo conozca- por la pasión que despierta este fenómeno de 11 hombres que patean un balón.

El fútbol exalta y transporta hasta el más desprevenido. Los abuelos gritan y elevan oraciones, las damas sin tener muchas veces la mínima idea del deporte se unen motivadas por la belleza del jugador o la histeria casi unánime y colectiva de los hombres que observan muy sobresaltados y que entre cerveza y cerveza sueltan “palabrotas” y hacen de improvisados técnicos idealizando la formación más ajustada a sus intereses.

Por su parte, los niños y los jóvenes reciben este legado casi como un mandato religioso del que jamás podrán separarse en su existencia y por el que estarán dispuestos a dar un día su vida –como efectivamente sucede con tantos fanáticos violentos-.

El fútbol es hoy por hoy la poderosa meca de una sociedad que universalmente se pone de rodillas y lo adora hasta los límites más irracionales y desproporcionados que se puedan ver. Para muchos el fútbol se ha convertido en una cosmovisión, una forma de interpretar el mundo, de dar sentido a su existencia, de adorar y crear ídolos de barro como Messi, Ronaldo, Suárez, y por su puesto nuestro muy querido James Rodríguez.

En el imprescindible juego de la vida, de supervivencia, de estrategias, de cooperación, de alegrías y tristezas, de ofensas y perdones, de búsqueda de lo mejor, de la rabia que queremos dejar escapar, o del abrazo que nos falta por dar, ¿no será el fútbol, como ya muchos expertos lo han dicho, una salida rápida, inconsciente y demoledoramente alienante en la cual debemos colocar atención en nuestra sociedad?

La vida por supuesto está lejos de parecerse a un partido de fútbol. Ella debe ser asumida con más seriedad, con más equilibrio y con más pasión por lo que hacemos, por lo que somos y por lo que representamos. Un partido de fútbol no puede paralizar un país, ni hacernos volcar a las calles incivilizadamente como si fuéramos “salvajes” salidos de una jaula, ni provocar destrozos, miedos y mucho menos muertes. El fútbol es una pasión y hay
que vivirla en el justo equilibrio de los que saben gozarse en las victorias y aceptar caballerosamente las derrotas.

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