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Adviento, un itinerario de fe

Autor: Iván Buitrago Márquez

La palabra Adviento proviene del latín adventus, que significa «venida». En la antigua Roma, esta expresión indicaba la llegada de representantes del gobierno a las regiones con dos encargos fundamentales: el primero, la revisión; y el segundo, la comunicación de buenas noticias sobre políticas y lineamientos futuros.

Al finalizar el año litúrgico, comienza un tiempo que la Iglesia Católica ha denominado Adviento, un período de preparación para la venida del Verbo hecho carne, Jesús de Nazaret. Retomando la referencia histórica, cuando una región se preparaba para el adventus, podemos imaginar la cantidad de ajustes y preparativos que se realizaban para garantizar los mejores resultados ante la visita de los gobernantes.

Esta analogía nos invita a reflexionar sobre cómo nos preparamos para la llegada de Jesús en Navidad. El itinerario de esta preparación debe partir del reconocimiento de Dios, como lo expresa el Catecismo de la Iglesia Católica:

«Mediante la razón natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir de sus obras. Pero existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede alcanzar por sus propias fuerzas: el de la revelación divina (cf. Concilio Vaticano I: DS 3015). Por una decisión enteramente libre, Dios se revela y se da al hombre. Lo hace revelando su misterio, su designio benevolente que estableció desde la eternidad en Cristo en favor de todos los hombres. Revela plenamente su designio enviando a su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, y al Espíritu Santo» (Catecismo, numeral 50).

El punto de partida es un Dios que toma la iniciativa de buscarnos y darse a conocer. El punto final del itinerario es la libertad del ser humano para dejarse encontrar, abriendo un espacio de acogida a su palabra transformadora y a su presencia purificadora.

Adviento es ese camino intermedio de fe. Es un tiempo para revisar nuestra historia, despojarnos de prejuicios y egocentrismos que nos generan falsas seguridades, y elevar el ancla que nos detiene para avanzar hacia la salvación. Es la oportunidad de anclarnos en la esperanza de recibir al Emmanuel, el «Dios con nosotros», que desea habitar en nuestras vidas, pero que requiere de un corazón dócil, humilde y sencillo.

El Adviento no se trata simplemente de adornar nuestras casas con luces y decoraciones exteriores, sino de una interiorización, un despertar a la voz de Dios. Es un llamado a compartir la sencillez de un Belén construido con nuestra propia humanidad, adornado con lo que somos. Solo cuando Jesús lo habite, ese Belén se convertirá verdaderamente en la casa del pan.

Diácono y docente Universidad Católica de Pereira

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