PARA LA NUEVA HUMANIDAD
Autor: Diana Cristina López López noviembre 14, 2025 Hace unos meses, llamó especialmente mi atención un artículo publicado en The New York Times, escrito por Mary Harrington que, traducido al Español se leería como “PENSAR SE ESTÁ CONVIRTIENDO EN UN LUJO”. No sé qué me impactó más, si el título o haber visto reflejado en éste el día a día de mi labor como docente. La autora del artículo en mención, argumenta que el coeficiente intelectual viene disminuyendo en el último siglo según las puntuaciones internacionales que de este indicador se tienen, especialmente en los índices de alfabetización de adultos en los últimos 10 años en la mayoría de países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos – OCDE, siendo crítico para las naciones más pobres e, incluso, mostrando decrecimiento en los indicadores para la niñez, lo cual asocia al uso excesivo y sin propósito de los entornos digitales optimizados para la distracción, que afectan la capacidad de leer, razonar y concentrarse. Al ahondar en este tema, encontré información de médicos, académicos y pedagogos que hablan de lo mismo, así como, el uso informal del término brain rot (podredumbre cerebral) para describir este fenómeno que ocurre por el sedentarismo cognitivo o disminución del uso de la capacidad cognitiva del cerebro, a raíz del bombardeo ingente de contenido que hiper estimula la atención cerebral, convirtiéndose en satisfactores de corto plazo que no demandan esfuerzo cognitivo para consumirse, lo cual se exacerba por el uso indiscriminado de dispositivo digitales y ahora, de la inteligencia artificial. Y aunque no estoy de ninguna manera en contra del uso de estas herramientas, sí abogo por su uso racional y consciente. Ahora bien, además de querer contribuir con esta alerta, me uno a las voces alrededor del mundo que, además, claman por hacernos ver que tal como lo advierte Mary Harrington en su publicación del Times, “esto puede estar creando otra forma de desigualdad” en tanto, lo que ella llama las élites, están prohibiendo o limitando al máximo el uso de pantallas que hacen sus hijos, mientras en nuestras sociedades se permite su uso libre y sin control desde la primera infancia, en los adolescentes y en los adultos, en entornos familiares, sociales, académicos y laborales. En este orden de ideas, dejo algunas preguntas que nos invitan a la reflexión: ¿somos conscientes de la existencia del fenómeno brain rot? ¿estamos siendo nosotros mismos víctimas de dicho fenómeno? ¿puede la familia, la sociedad, la academia, la empresa y el gobierno hacer algo al respecto? ¿hay una peor forma de desigualdad que la de aquel que es feliz con tal disparidad? *Docente Universidad Católica de Pereira