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PAZ ES SABER HACER CON EL CONFLICTO

Autor: John James Gómez Gallego

La idea que cada uno se hace sobre lo que “debería ser” la paz no necesariamente coincide con los demás. Entre esas diversas visiones no faltan algunas románticas incluso, cándidas. Por ejemplo, aquellas que suponen que la paz sería la ausencia de conflicto o la justicia a la medida de la sed narcisista de quien invoca los ideales propios
como los únicos válidos. También hay concepciones de la paz con tintes siniestros, como aquellas que se basan en el deseo de eliminación de la diferencia –o del diferente–, de conseguir venganza o de destruir a todo aquel considerado un “enemigo”.

Esas diversas ideas coinciden, en que en ellas no se soporta la diferencia, es decir, el conflicto estructural que implica ser humanos, razón por la cual lo idéntico no es lo armónico, sino lo cacofónico. La música enseña muy bien sobre ello; si en una pieza musical todos los instrumentos tocasen al unísono el resultado sería una cacofonía pobre y sosa. La armonía requiere polifonías; voces diversas que dialogan entre sí, a veces consonantes, a veces disonantes, pero no idénticas.

Por ello resulta clave diferenciar entre conflicto y violencia. El conflicto es estructurante, necesario; manifestación polifónica de las voces que representan el valor de la diferencia como riqueza para la construcción conjunta en una armonía sinfónica. La violencia, en cambio, es contingente, emerge como efecto del intento de silenciar eso que no se soporta: la diferencia, la voz que habla al mismo tiempo diciendo otras cosas. Ella lleva al deseo de hacer desaparecer la otredad que habita en cada uno y que, al no poder eliminarse en sí mismo, se busca acallar a través del sometimiento y la desaparición de los otros. De allí que cuando ese deseo triunfa, la agresividad orientada a la eliminación del conflicto empuje a dar el paso hacia la violencia contra los otros que representan aquello diferente.

La paz está más cerca de saber hacer con el conflicto que de las voces que al unísono repiten lo mismo como entidades irreflexivas. Una cosa es el consenso, que no responde al deseo idéntico de cada uno con los otros, sino a la elección del mal menor para encontrar salidas no violentas al conflicto. Otra, el deseo de conseguir que todos desee  lo mismo y en esa vía atizar el odio por lo diferente y el deseo de su eliminación. Lo segundo consigue muchos más votos en las urnas porque aviva las mayores pasiones del yo, a saber, el odio por un “enemigo”, el rechazo de la diferencia y el amor por un líder, pero socava, inexorablemente, las probabilidades de convivencia, reconciliación y construcción de paz.

*Docente Universidad Católica de Pereira

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