Palestina

Autor: Viviana Ramírez Loaiza

“¿No cree que todo estaría bien si simplemente le dejan de enseñar a los niños a odiar?”. Hace 10 años en una entrevista sobre Gaza, le fue realizada esta pregunta a la periodista, poeta y defensora de Derechos Humanos Rafeef Ziadah. Ella guardó silencio. Tiempo después escribió un poema titulado “Nosotros enseñamos vida, señor”.

Rafeef, descendiente de padres palestinos, acentúa en su poema “Cuento cien muertos, doscientos muertos, mil muertos. ¿Hay alguien ahí? ¿Escuchará alguien?”. Las cifras de cuerpos asesinados han logrado naturalizarse. La pedagogía de la crueldad de la que nos habla la antropóloga argentina Rita Segato cobra sentido en una suerte de inmovilidad ante cualquier sentimiento de empatía sobre las historias que hay detrás de estos cuerpos, entre ellos, cuerpos de niños, niñas, mujeres y adultos mayores.

Esta pedagogía parece facilitarse cuando la guerra sucede en ciertas geografías, especialmente aquellas sometidas por historias de invasión y colonialismo. El escritor francés Frantz Fanon en su libro Los Condenados de la tierra, nos recuerda que el colonizador logra discursos y prácticas que le arrebatan los valores humanos a la comunidad oprimida, por lo que terminan siendo observados como cuerpos corrosivos que no merecen ser ni seguir siendo. Así, solo algunas identidades pueden ser reconocidas como seres humanos. Este proyecto colonial parece ajustar, inclusive, las reglas de la guerra, pese a la existencia de un Derecho Internacional Humanitario.

Parece ser que el efecto de la herida colonial ha triunfado: hemos olvidado la condición humana del pueblo palestino. La crueldad se ha manifestado para dar paso a la monotonía de la guerra que convierte el sufrimiento, provocado por la injusticia, en un scroll cotidiano.

“¡Nunca más la guerra!” declara el nuevo Papa León XIV. Sin embargo, para que eso sea posible debemos de construir cotidianidades ejercidas desde, en palabras de Rita Segato, “las contrapedagogías de la crueldad”. Rafeet, en una entrevista para la revista El Salto, nos recuerda que: “Palestina siempre ha tenido que ver con la poesía, porque así es como sobrevivimos (…) Seguimos contando nuestra historia”.

Narrar historias nos permite quebrantar el mutismo emocional que impone la estrategia psicológica de la guerra. Para narrar, se requiere de lo sensible; requerimos una cotidianidad con poesía. Rilke nos ayuda con algunas palabras: “Deje que cada impresión y cada germen de sensación se complete enteramente en usted, en la oscuridad, en lo indecible, en lo inconsciente, en lo inaccesible al propio entendimiento”. Regresar al cuerpo sensible es una manera de reconectarnos con el asombro ante cualquier dolor humano. Las cotidianidades de los cuerpos sienten de nuevo la compasión. Así, lograremos acompañar al pueblo Palestino con una sonrisa después del gran cansancio, con un amanecer que consuele.

Así, enseñaremos vida.

Scroll al inicio

Pagos en línea

Si tienes alguna duda o requieres de ayuda adicional por favor contacta con Gestión Financiera a través del PBX. 312 4000 EXT 1016 – 1007